lunes, 29 de diciembre de 2008

¿Qué nombre le pondrías a tu calle?

1

En su libro de memorias -editado en español con el título de Mi vida- la escritora estadounidense Joyce Maynard cuenta que vivía junto a su familia en una casa en las afueras de Hillsboro, una pequeña ciudad en el estado de New Hampshire, EE.UU. Un día un topógrafo golpeó la puerta de su casa.

-Estamos haciendo los nuevos mapas de la ciudad -dijo el hombre-. Como usted y su familia son los únicos que viven en esta carretera, le dejamos escoger el nombre que quiere que le pongamos.

Por supuesto, la pregunta la tomó por sorpresa. Luego discutió el asunto con su familia.

-Imagínense -les dijo a su esposo y sus tres hijos-, de ahora en adelante todos los mapas de Hillsboro llevarán impreso el nombre que nosotros elijamos y será el que le dará todo el mundo.

Su hijo menor, de cinco años, propone llamarle Camino Ciego. Su otro hijo, un año mayor, dice que le pongan Camino Feliz. La hija, unos años más grande, sugiere Quinta Avenida. El marido de Joyce opina que el mejor nombre para la calle es su propio apellido.

2

¿Qué nombre le pondrías a tu calle, si pudieras elegirlo? Yo no tengo una respuesta que me convenza del todo. Mi casa de Florencio Varela está en la calle Lieja, una ciudad belga, y la casa donde vivo en Madrid está en la calle de Sor María de Ágreda, una monja soriana del siglo XVII. Ninguno de ambos nombres está demasiado bueno, en particular el segundo.

Hay nombres de calles que son geniales. Por ejemplo, en Madrid está el Paseo de los Melancólicos. Me encantaría vivir en el Paseo de los Melancólicos.

Y también sería fabuloso vivir en la calle del Desengaño.

Aunque estos nombres parezcan muy raros, los hay mucho más. Por ejemplo, en la misma Madrid hay una calle llamada Mira el Sol y otra llamada Mira el Río Baja.

En Claypole, partido de Almirante Brown, hay un barrio donde todas las calles tienen nombres de flores. Un compañero mío de la secundaría vivía en la calle Rosa. Durante mucho tiempo pensé que la calle era Rosas, por don Juan Manuel, pero no, era en singular y por la flor que Sandro cantó. Aquí pueden ver esa zona (no deja de ser gracioso que por allí cerca esté la calle Venancio Flores):


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Qué lindo debe ser vivir sobre la calle Nomeolvides.

Dolina suele hablar de que en la Argentina tenemos la tendencia a ponerles a las calles, a las plazas, a los pueblos, a todo, nombres de personas. Y siempre de las mismas personas. Así, todo se llama más o menos igual en todas partes. ¿Cuántas plazas San Martín hay todo el país? ¿Cuántas avenidas Perón hay en el Conurbano?

En Puerto Madero las calles tienen nombre de mujer, en el centro de Mar del Plata todas las provincias argentinas tienen su calle... Pero me parece que lo más original de todo es lo que pasa en un barrio de Zaragoza, donde las calles tienen nombres de película. Literalmente. Allí uno puede vivir sobre la avenida Casablanca o sobre las calles de Los Pájaros, Desayuno con Diamantes y El Tambor de Hojalata. Aquí también Google viene a darnos una mano:


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3

La anécdota de Joyce Maynard tiene un final bastante triste. Como un episodio más de la debacle de su matrimonio, el marido terminó imprimiéndole sin consultarla su apellido a la calle. Pero vale el ejercicio:

¿Qué nombre le pondrías a tu calle, si pudieras elegirlo?

martes, 16 de diciembre de 2008

Estoy pensando en una invasión...

...y lo repito a quien me escuche, pero eso ya no me importa,
si tengo una buena torta soy feliz
(Andrés Calamaro)


Por medio de este comunicado, el blog Teoría del Chancho se adjudica oficialmente la autoría intelectual de la invasión de la que da cuenta este artículo, como parte de su plan de operaciones para apropiarse del mundo y sus alrededores.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Demoras de 25 minutos

UNO. Siempre me generó mucha intriga saber qué significan exactamente los avisos de demoras en las líneas ferroviarias. Nadie me lo ha podido dilucidar hasta ahora.

Quiero decir: si un tren viene demorado una cierta cantidad de tiempo, digamos 10 minutos, entiendo que si tenía que pasar a una cierta hora, digamos las 12.00, pasará a las 12.10. Ahora bien, ¿qué pasa si la frecuencia de trenes es de uno cada 20 minutos y se anuncia que el tren viene 20 minutos retrasado? Había pasado uno a las 11.40 y el siguiente, 20 minutos demorado, pasará 12.20. El tren que llega 12.20, ¿es el tren de las 12.00 que llega demorado o es el de las 12.20 que llega puntual?

Se podrá responder, por supuesto, que eso dependerá de los trenes que vengan después. Si entre las 12.21 y las 12.40 pasan dos trenes, es claro que el que pasó 12.20 era el de las 12.00, que el de las 12.20 pasó también con alguna demora -quizá obligada por el retraso de su predecesor- y que el de 12.40 ya le devolvió la rectitud al cronograma. Si, en cambio, luego de las 12.20 el primer tren que pasa es el de las 12.40, claramente el de las 12.20 era nomás el de las 12.20, y el de las 12.00 no estaba retrasado sino anulado.

DOS. En este último caso, también podría considerarse que el de las 12.00 no se anuló sino que pasó 12.20, que el de las 12.20 pasó a las 12.40, que el de las 12.40 pasó para las 13.00, y así ad infinitum, ya que el primer tren del día siguiente en realidad no lo sería, sino que sería el último del día anterior que salió demorado. Si lo tomáramos de esta forma, el desfasaje sería tal que ahora estaríamos viajando en servicios de más o menos la década del 80.

En fin, lo peor de todo es que generalmente de todo esto el viajero que debía tomarse el de las 12.00 y que terminó viajando a las 12.20 nunca se entera.

TRES. De cualquier manera digamos que hasta ahí la cosa está más o menos clara. La cuestión se complejiza cuando las demoras anunciadas son superiores a la frecuencia entre tren y tren.

¿Qué pasa si -tomando como base el mismo ejemplo anterior- se nos informa de que el tren viene con 25 minutos de retraso? En principio, uno podría suponer que el tren de las 12.00 pasará a las 12.25. Pero si se nos habló sólo del tren de las 12.00, no tendríamos por qué inferir que también está retrasado el tren de las 12.20. O sea, que tendríamos un tren a las 12.20 (puntual) y otro a las 12.25 (el de las 12.00, con 25 minutos de retraso).

Sabemos que la cuestión no funciona así, y que si un tren viene con 25 minutos de retraso, el siguiente también vendrá retrasado. Poco o mucho, pero lo cierto es que no será puntual.

CUATRO. Pero el problema mayor, el asunto que para mí no tiene solución, es cuando se habla (como lo hace el artículo que ilustra este post) de "retrasos de 25 minutos". Así, en plural: RETRASOS. Si todos los trenes vienen retrasados 25 minutos, quiere decir que se mantiene la frecuencia: el de las 12.00 pasará 12.25, el de las 12.20 estará en la estación 12.45, el de las 12.40 llegará a las 13.05. El problema lo tendrían los viajeros que pensaban abordar el primer tren que se retrasó y, luego, los que dependen demasiado estrechamente de un horario y que llegarán no más de cuarto de hora tarde. No es el caso de la mayoría de los usuarios del ferrocarril.

¿O es que los retrasos de 25 minutos indican que la frecuencia, es decir, el lapso entre tren y tren, aumenta en 25 minutos? En tal caso, el de las 12.00 pasará 12.25, y el siguiente pasará a las 13.10, y el siguiente a las 13.55... Mi experiencia me hace dudar mucho de que sea esto lo que se quiere expresar.

¿O es que los 25 minutos no son demoras sino directamente frecuencias? En este caso, el de las 12.00 llegaría a las 12.05, el siguiente a las 12.30, el siguiente 12.55, y así. Si así fuera -más allá de los problemas para darse a entender de los medios de comunicación- el problema no sería tan grave, porque, como en un ejemplo anterior, no podríamos llegar más de quince minutos tarde. Lamentablemente, la experiencia señala que tampoco es esto lo que sucede.

¿O es que las demoras de 25 minutos no se refieren a la llegada del tren sino al viaje en sí mismo? Es decir, que el tiempo total desde la partida del tren hasta su llegada a destino se vea incrementado en 25 minutos. Esta es la más complicada de las opciones. ¿Cómo saber dónde se demora el tren? ¿Sólo en un tramo o en todo su recorrido? ¿Cuánto afecta al viajero que se toma el tren por unas pocas estaciones? ¿Cuánto depende del tiempo total del viaje (no sería lo mismo tomarse el tren de Constitución a La Plata que el "vía circuito")?

CINCO. Y así suelo quedarme, naufragando en un mar de dudas del que no me puedo rescatar, mientras miro el reloj y calculo con cuánta demora llegaré a mis destino, con -si tengo suerte- mi trasero apoyado en las indiferentes chapas azules de los asientos de los trenes del Roca.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Sin recompensa

Resulta ser que estoy haciendo un posgrado en Derecho Penal en el que curso una materia relacionada con el holocausto judío de la 2º Guerra Mundial.

En mi afán de conocer sobre ciertos detalles del tema, me enteré que existió un diplomático sueco llamado Raoul Wallenberg, quien salvó a miles y miles de judíos húngaros de la persecución nazi, dándoles unos documentos especiales que señalaban que el portador estaba bajo la protección de la Embajada de Suecia y que no podía ser detenido por los soldados de Hitler. Cuando se le acabaron esas visas, no tuvo reparos en falsificarlas, con tal de salvar más vidas. Todo esto en un contexto en el cual Alemania presionaba fuertemente para que los judíos de toda Europa fueran entregados, bajo amenaza de represalias sangrientas.

En las historias y películas que uno se acostumbra a leer y ver desde chico, quien realiza un acto heroico como el que realizó Wallemberg, termina teniendo su recompensa: Quien devuelve el dinero encontrado que no le pertenece es compensado con una generosa retribución. El muchacho poco agraciado que le salva la vida a la mujer de sus sueños termina enamorándola.

Pero Wallemberg no tuvo su recompensa, justamente porque no es el personaje de una película sino que fue una persona real. Fue detenido y murió a manos del ejército soviético al ser confundido con un espía norteamericano.

Desde acá va mi homenaje a todos aquellos héroes cotidianos que realizan actos de ayuda a otros y nunca serán compensados por eso. 

En virtud de la extrema seriedad del post, me veo obligado a ponerle un toque de humor para matizar la cuestión.

Solamente Capusotto puede hacerme cagar de risa con un tema tan serio como el racismo:

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El juego de las 5 diferencias entre Florencio Varela y Belgrano

Continuando con mis típicas características extremistas (más allá de asesinar a miles de personas con un coche bomba) hace algunos días me mudé de Florencio Varela -uno de los barrios más pobres del conurbano bonaerense- al barrio de Belgrano -una de las zonas de la ciudad de Buenos Aires donde más impera la chetitud (¿o se dice “chetez”?)-

Por ello, y como hacía mucho que no posteaba por este abandonado espacio, decidí escribir sobre las diferencias en la vida cotidiana entre estos lugares.

 

ACTITUD DEL VARELENSE QUE PIERDE UN TREN: “¡La puta madre que lo parió! Siempre lo mismo con estos trenes de mierda. Ahora tengo que esperar que venga el otro dentro de 45 minutos.”

ACTITUD DEL BELGRANENSE QUE PIERDE UN SUBTE: “¡La puta madre que lo parió! Siempre lo mismo con estos subtes de mierda. Ahora tengo que esperar que venga el otro dentro de 4 minutos.”

 

UNA VEZ QUE SUBE AL TREN, EL VARELENSE ESCUCHA: “Disculpen la molestia, damas y caballeros, no tengo trabajo y tengo 5 hijos, por eso vengo a pedirles  una moneda”

UNA VEZ QUE SUBE AL SUBTE, EL BELGRANENSE ESCUCHA: “Disculpen la molestia, damas y caballeros, no tengo trabajo y tengo 5 hijos, por eso vengo a pedirles una moneda… a cambio de las dos canciones de música celta que les voy a tocar con mi violín”

 

NOMBRES DE PERROS VARELENSES: Pancho, Manchita, Bobby

NOMBRES DE PERROS BELGRANENSES: Douglas, Anubis, Brandon

 

DÍAS QUE DEBE ESPERAR UN VARELENSE A QUE LE INSTALEN INTERNET: 10 (y el técnico le dice “Tuviste suerte. Hay gente que la pidió hace un mes y todavía no fuimos”)

DÍAS QUE DEBE ESPERAR UN BELGRANENSE A QUE LE INSTALEN INTERNET: 1 (y el técnico le dice “Disculpame.  Te dijimos a las 10 y son 10:30hs”)

 

PELEAS ENTRE VECINOS DE VARELA: “Flaco, ¿podés bajar esa cumbia de mierda que no escucho la televisión de mi casa?”

PELEAS ENTRE VECINOS DE BELGRANO: “Flaco, ¿podés callar a tu caniche que estoy haciendo reflexología?”

 

¿Tan difícil será que alguna vez me toque vivir en un barrio normal? (lo sé, me estoy quejando de lleno, pero no sería yo si no me quejara)

sábado, 18 de octubre de 2008

Las Canciones de Nuestras Vidas II

Cuando me casé con mi marido él hizo un muy lindo video donde representábamos un poco nuestra vida; desde nuestros padres, el nacimiento…la infancia…la adolescencia…cuando nos conocimos, y año a año de novios. Como todo video debía tener sonido, una melodía que lo acompañe. Cada uno eligió para “su parte” de “su vida”, “su canción”; pero hete aquí que faltaba elegir posteriormente aquella que significara algo para los dos, una canción que hable de nosotros, que nos resuene y que nos guste a ambos.
Casi al unísono expresamos: una del calamar. Fue extraño ya que en general (o mejor dicho en particular) con él no nos caracterizamos por compartir el mismo estilo musical.

“Te Quiero Igual” de Andrés Calamaro o “El Calamar” como lo llamamos, representa no solo un momento muy especial de nuestras vidas, sino millones de momentos compartidos y no compartidos que nos hubiera gustado compartir también.
Sus metáforas representan en mí: un más allá de todo; el valor y la imponencia con que el sentimiento más humano y noble te da vuelta la vida y te transforma; te moldea e hipnotiza (al decir de Sigmund Freud); te desnuda; te mata; te desarma y te hace sufrir: “…pero igual te quiero…no me gusta esperar pero igual te espero, primero te quiero igual…”.
La versión en vivo es mi favorita y me desarmo cuando “El Calamar” agrega: “El día que me quieras no habrá más que armonía, endulzará sus cuerdas el pájaro cantor, florecerá la vida y no existirá el dolor”.

Amar implica un más allá de todo, no importa qué ni como; es, y ya. No importa como sea el otro o cuanto merezca nuestro amor, está, y ya. No importa cuanto querremos que desaparezca (o cuanto hagamos para esto), se impondrá nomás.

martes, 7 de octubre de 2008

Las canciones de nuestras vidas

Hace ya bastante tiempo, Facundo me propuso que hiciéramos un post en el que los autores de este blog (todos o algunos) subiéramos una canción que sea muy significativa para nosotros y que escribamos un breve texto explicando el porqué de su importancia. Él me pasó su texto y su canción. Recién ahora yo cumplo con mi parte, y lo subimos.

Una aclaración sobre lo que tal vez en primera instancia puede parecer un problema: los dos elegimos canciones interpretadas por la misma persona. Es lo que tiene ser amigos, a veces los gustos son muy parecidos...

Facundo:

Porque Verónica es el nombre de la primera mujer por la que lloré desconsolado. Porque -cuando escuchaba esta canción- me preguntaba si Calamaro no la habrá conocido y se habrá inspirado en ella, ya que describe su personalidad tal cual.
Porque hoy en día estoy tan lejos de estar enamorado de alguien que me pregunto cómo hice para sentir algo tan noble alguna vez y si en alguna parte de mi interior aún existe esa capacidad.
Porque la canción tiene una poesía increíble, profunda y existencial, capaz de helar la sangre.
Y porque en ella está la frase que mejor describe mis momentos de tristeza: “La vida es una cárcel con las puertas abiertas”. Y también la frase que mejor representa el optimismo del cambio: “Borrar con la mano lo que ayer escribió con el codo”.
Por todo eso, Media Verónica es mi elegida.



Cristian:

No me resultó fácil elegir una canción, porque creo que no tengo una canción especial, sino unas cuantas, y ninguna se destaca particularmente sobre las otras. Pero "Todavía una canción de amor" terminó imponiéndose. Me parece una canción hermosa, por su poesía y su melodía, y además me remite a un momento especial de mi vida, cuando era adolescente, terminaba la secundaria, terminaba una etapa y comenzaba otra... Es una época que recuerdo con muchísimo cariño, me recuerdo rodeado de gente querida, pasándola bien, soñando y proyectando muchas cosas para el futuro. Algunas se cumplieron y muchas no... Pero de eso se trata la vida. Quizá porque el corazón se aferra a lo perdido, porque los ojos que no ven miran mejor. O porque las únicas deudas que valen la pena son aquellas imposibles de pagar. Porque todos, siempre, le debemos a alguien, al menos a una persona en el mundo, una canción de amor...

lunes, 22 de septiembre de 2008

Víctor Lustig, estafador

Rodolfo Walsh escribió que tardó dos años en escribir el cuento “Esa mujer”. Pero no trabajó durante dos años para terminarlo: lo comenzó un día y no lo volvió a tocar hasta otro día dos años después, cuando lo finalizó. Del mismo modo, el acto que tal vez justificara la vida de Víctor Lustig duró dos meses. Pero no se extendió a lo largo de esos dos meses: duró el día de su comienzo y el día de su fin.

Lustig nació, como Kafka, en tierras del imperio austro-húngaro que años más tarde serían parte de Checoslovaquia, en 1890. Fue un hombre culto, desvergonzado, llegó a tener veinticinco identidades y a hablar cinco idiomas y desde los diecinueve años lució en el mentón izquierdo una cicatriz, a causa de que un hombre se enteró de que Lustig mantenía relaciones con su esposa. En 1925 tuvo la brillante y descomunal idea de vender la torre Eiffel, y lo hizo dos veces.

Ya instalado en Estados Unidos, se entrevistó un día con Al Capone. Su falsa fama de hábil operador bursátil e inversionista había llegado a oídos del gángster, quien aceptó recibirlo. Después de un breve diálogo, Capone le dio un fajo con cincuenta billetes de mil dólares.

-Son todos mis ahorros -dijo-. Espero que tengan familia.
-Tendrán hijos varones -respondió Lustig.

Volvieron a entrevistarse dos meses después. El semblante de Lustig era de pesadumbre. Dijo que había perdido todo el dinero; reconoció su fracaso. Capone, como quien habla del clima, comenzó un discurso en el que se refirió a las distintas maneras de torturar a un hombre, del tiempo que un verdugo hábil podía llegar a extender la agonía.

-Defraudé su confianza -interrumpió Lustig-. Pero voy a devolverle su dinero porque no soy un miserable. Envíe a uno de sus hombres para que me acompañe al banco y retiraré dinero de mi caja de seguridad para usted.

Minutos después, Lustig le devolvió al gángster sus cincuenta de los grandes. Nunca mejor empleado el posesivo: le devolvió los mismos cincuenta billetes que Capone le había dado dos meses antes. Nunca los había invertido en ningún lado. Habían pasado una temporada en una caja de seguridad.

-Ahora sí que estoy definitivamente arruinado -dijo Lustig.

Al Capone, mirando de reojo, separó cinco billetes y se los dio como “ayuda”.

Toda la farsa de Lustig tuvo su cenit en ese instante. La representación había sido una preparación para llegar al momento cúspide en que el capo de la mafia se conmoviera y cediera una porción de su fortuna. Fortuna que jamás había estado en riesgo.

Meterse con Al Capone en la Chicago de los años 30 no era un juego de niños; prometerle cincuenta mil dólares que se tenía la seguridad no existirían jamás era temerario. ¿Cuántos hombres serían capaces de poner en juego la vida y prometer fortunas para quedarse apenas con un vuelto? Bueno sería que los villanos de pacotilla de nuestro tiempo, que pretenden -y tantas veces, obtienen- negocios con riesgo mínimo y regalías fabulosas, aprendan de Lustig. Porque sin duda hay un trasfondo de nobleza en la actitud de quien es capaz de poner en juego cosas tan grandes por ganancias tan pequeñas, como quien escribe horas y horas con el solo fin de tener la satisfacción de haber escrito, como quien promete la Luna y el Cielo y las Estrellas nada más que por una sonrisa o por un instante de felicidad, como el héroe dolinesco que tiene la precaución de ser una buena persona y aprender a tocar el piano y convertirse en héroe y estudiar las ciencias y lavarse los dientes y ser considerado y tierno y renunciar a los empleos nacionales, sólo para que saber, cuando una mujer hermosa lo rechace, que ha sido víctima de una injusticia.

En la tragedia de Lustig se presentó la inexorable hýbris de quienes no saben morirse jóvenes. Una ambición desmesurada lo llevó a falsificar 134 millones de dólares y terminó en Alcatraz con una condena de veinte años de cárcel. Murió en 1947 de una neumonía.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El bondi y yo

Por la suma de $1,50.- la línea de colectivos 148 (“El Halcón”, para los íntimos) une Plaza Constitución con el centro de Florencio Varela en aproximadamente una hora y quince minutos.
Utilizan sus servicios miles de personas por día, desde los que bajan en Varela hasta los que van a otros lugares del sur del conurbano, como Avellaneda, Bernal o Quilmes.
A partir de las 5 de la tarde, Plaza Constitución comienza a atiborrarse de personas que hacen las filas para tomarse los distintos ramales del 148, filas que pueden llegar a una longitud de 100 metros, ya que en hora pico el servicio es de un colectivo cada 20 minutos. Esto significa que –muchas veces- uno debe dejar pasar 2 o 3 colectivos para poder entrar en uno.
Hasta acá una síntesis del servicio brindado por esta línea de colectivos del cual podemos responsabilizar a la empresa. Pero a continuación noten qué clase de personas viajan en ella:
Existe en Plaza Constitución una casilla en la que expenden los boletos en forma manual, lo cual es un servicio muy loable para los que no cuentan con monedas. Es decir que ahí uno puede ir con un billete de 2 pesos, le dan el boleto y 50 centavos de vuelto, mientras se apresta para ir al último lugar de la fila de 100 metros de la que ya les hablé para subir al colectivo. Por supuesto que –mientras uno perdió tiempo sacando el boleto en forma manual- la fila de espera del colectivo se fue acrecentando, “serán personas que tienen monedas para sacar el boleto por máquina expendedora” piensa uno en su más absoluta inocencia. Lo cierto es que uno llega a la fila con su boleto conseguido en la casilla y, las mismas personas que están delante, se dan vuelta y le dicen al de atrás “voy a sacar el boleto a la casilla, cuidame el lugar”. Es decir que los hijos de re mil perra se ponían en la cola de espera del bondi sin tener monedas, adelantándose a los estúpidos como yo, que hacen una fila previa para sacar boleto y después pretenden quedarse con el lugar conseguido en forma ilegítima para ir a sacar el boleto a la casilla. Es obvio que uno está atrás de ellos en la cola sencillamente porque antes estaba sacando el boleto, que es lo mismo que debieron hacer ellos.
Esta es una lamentable práctica que ya se hizo costumbre en los usuarios del 148 y, ante esto, quiero saber qué les parece que tengo que hacer. Acá van las opciones:
a) Tenés que sumarte a la práctica de ellos y garcarles el lugar a los giles que hacen las cosas como corresponden. Además, como abogado, deberías saber que la costumbre es una de las fuentes de la ley y esto ya es una costumbre.
b) Tenés que decirles que no le cuidás el lugar ni en pedo y que si quieren ir a sacar boleto a la casilla, que después se pongan al final de la cola como hiciste vos (cabe aclarar que esta opción incluye la alta posibilidad de irse a las manos)
c) Tenés que llevar varios bidones de nafta e incendiar Plaza Constitución en un fuego purificador.
Espero ansioso sus sugerencias, las cuales en modo alguno pueden incluir “tomáte el tren”. Quien diga eso, nunca en su vida se tomó el Roca.
Otra cosita ¿ustedes creen que esto de aprovecharse del otro en pequeñas cosas es lo que nos lleva a estar mal como sociedad en los grandes aspectos o no tiene nada que ver?
Por la suma de $1,50.- la línea de colectivos 148 (“El Halcón”, para íntimos) une Plaza Constitución con el centro de Florencio Varela en aproximadamente una hora y quince minutos.
Utilizan sus servicios miles de personas por día, desde los que bajan en Varela hasta los que van a otros lugares del sur del conurbano, como Avellaneda, Bernal o Quilmes.
A partir de las 5 de la tarde, Plaza Constitución comienza a atiborrarse de personas que hacen las filas para tomarse los distintos ramales del 148, filas que pueden llegar a una longitud de 100 metros, ya que en hora pico el servicio es de un colectivo cada 20 minutos. Esto significa que –muchas veces- uno debe dejar pasar 2 o 3 colectivos para poder entrar en uno.
Hasta acá una síntesis del servicio brindado por esta línea de colectivos del cual podemos responsabilizar a la empresa. Pero a continuación noten qué clase de personas viajan en ella:
Existe en Plaza Constitución una casilla en la que expenden los boletos en forma manual, lo cual es un servicio muy loable para los que no cuentan con monedas. Es decir que ahí uno puede ir con un billete de 2 pesos, le dan el boleto y 50 centavos de vuelto, mientras se apresta para ir al último lugar de la fila de 100 metros de la que ya les hablé para subir al colectivo. Por supuesto que –mientras uno perdió tiempo sacando el boleto en forma manual- la fila de espera del colectivo se fue acrecentando, “serán personas que tienen monedas para sacar el boleto por máquina expendedora” piensa uno en su más absoluta inocencia. Lo cierto es que uno llega a la fila con su boleto conseguido en la casilla y, las mismas personas que están delante, se dan vuelta y le dicen al de atrás “voy a sacar el boleto a la casilla, cuidame el lugar”. Es decir que los hijos de re mil perra se ponían en la cola de espera del bondi sin tener monedas, adelantándose a los estúpidos como yo, que hacen una fila previa para sacar boleto y después pretenden quedarse con el lugar conseguido en forma ilegítima para ir a sacar el boleto a la casilla. Es obvio que uno está atrás de ellos en la cola sencillamente porque antes estaba sacando el boleto, que es lo mismo que debieron hacer ellos.
Esta es una lamentable práctica que ya se hizo costumbre en los usuarios del 148 y, ante esto, quiero saber qué les parece que tengo que hacer. Acá van las opciones:
a) Tenés que sumarte a la práctica de ellos y garcarles el lugar a los giles que hacen las cosas como corresponden. Además, como abogado, deberías saber que la costumbre es una de las fuentes de la ley y esto ya es una costumbre.
b) Tenés que decirles que no le cuidás el lugar ni en pedo y que si quieren ir a sacar boleto a la casilla, que después se pongan al final de la cola como hiciste vos (cabe aclarar que esta opción incluye la alta posibilidad de irse a las manos)
c) Tenés que llevar varios bidones de nafta e incendiar Plaza Constitución en un fuego purificador.
Espero ansioso sus sugerencias, las cuales en modo alguno pueden incluir “tomate el tren”. Quien diga eso, nunca en su vida se tomó el Roca.

lunes, 18 de agosto de 2008

Presentamos la Copa "Teoría del Chancho"

Apenas nos enteramos de que Clarín volvía a lanzar su mítico "Gran DT" -como no podía ser de otra manera, aggiornado a los tiempos: por internet-, miles de personas sentimos renacer un cierto espíritu entre ingenuo y apasionado y adolescente, y mentalmente nos pusimos a pensar en jugadores, estrategias, a recordar cuando elegíamos a Trotta y a Pedro Barrios porque eran defensores que metían muchos goles, cuando éramos tan felices porque el jugador que habíamos puesto casi por completar el equipo con la guita que nos quedaba era la figura de la cancha...

Bueno, la cuestión es que retorna El Gran DT, y este blog creó el torneo de amigos Copa "Teoría del Chancho", que dirimirá al mejor director técnico de entre quienes frecuentamos este cochino espacio. Por el momento, el torneo cuenta con dos equipos: Club Atlético Cementerio Académico, de Facundo Salvatore, y Varela Fútbol Club, de quien escribe estas líneas. Y por medio de este post invitamos a todos los que quieran participar y competir con nosotros; el que esté interesado, que deje un comentario o nos mande un mail, y le diremos cómo sumarse.

¡Y que viva el fóbal!

sábado, 9 de agosto de 2008

200 años

Las grandes ciudades del mundo tienen un monumento que las identifican.
New York tiene a La Estatua de la Libertad, Roma al Coliseo, Sydney a su majestuoso Teatro de la Ópera y Florencio Varela –lugar en el que habito- posee esta maravillosa obra arquitectónica:


Ustedes se preguntarán qué demonios es eso. Se trata de un monumento cuyo reloj digital contabiliza la cantidad de días que faltan para el 9 de julio del año 2016, día en que nuestra Nación cumplirá 200 años de independencia.

¿Y para qué sirve? Esteeemmm… para nada, pero seguramente el día en que ese contador digital esté en cero, todos los varelenses nos reuniremos a sus pies para festejar el bicentenario de nuestro país junto con el Intendente que nos gobierne en aquél entonces (que, dicho sea de paso, seguramente será el mismo de ahora, ya que ocupa su cargo desde el año 1991).
¿Y por qué mejor no programan el contador para el 25 de mayo del 2010, que se cumplen 200 años de la Revolución de Mayo y no se corre el riesgo de que se arruine el monumento durante todo este tiempo? Esteeemmm… seguramente porque la Revolución de Mayo no fue más que una revolución de burgueses y no del verdadero pueblo. Creo que debe ser por eso.
¿Y porqué instalar ese monumento ahora, cuando todavía faltan 8 largos años para el día del festejo y se corre el riesgo de que el contador se rompa? Esteeemmm… creo que me están llamando.
¿Y qué sentido va a tener ese contador después del 9 de julio del 2016? Facundo, el que no se hequiboca, aparece como desconectado y puede que no conteste.

sábado, 2 de agosto de 2008

Parecidos dolorosos

En España hace mucha gracia la palabra “chancho”, porque no la conocen: sólo usan la palabra “cerdo” para referirse al animal que es una deidad para este blog. El cuento se llama “Los tres cerditos”, si alguien hace algo asqueroso los demás dicen “qué cerdo eres” y no hay sinónimos para llamar al guarda del tren. Bueno, en realidad la lista de cosas que se llaman de distinta forma sería casi interminable. Por ejemplo, a los Muppets los llaman “los Teleñecos” y la Rana René se llama “Rana Gustavo”. La que sin embargo se llama igual es Piggy, que es –por motivos que no hace falta explicar– el muppet preferido de este blog.

Al pensar en la señorita Piggy recuerdo a una ex compañera de trabajo, muy bonita ella aunque descontenta con lo muy respingado de su nariz. Es que esta característica causó, durante los años de su infancia y adolescencia, que sus compañeros de escuela la cargaran por su parecido con la chanchita de los Muppets. Esta chica admitía tener una especie de trauma por todas las cargadas recibidas, y Piggy era, sin dudas, una enemiga.

Eso me hizo pensar qué comparaciones con personajes de ficción me habían herido a mí, más allá de no haberse transformado en un trauma ni mucho menos. Y recordé que alguna vez me dijeron que me parecía a Shaggy, el flaquito amigo de Scooby Doo. Y que quienes allí estaban se rieron mucho con la comparación. Y que a mí no me gustó nada.

Sé que –TVR mediante– está bastante trillado el tema de los parecidos, pero se me ocurrió preguntarles a los lectores de este blog (y también a sus demás hacedores, por supuesto):

¿Qué parecido con un personaje de ficción les dolió alguna vez, o les sigue doliendo?

domingo, 20 de julio de 2008

Se vende Facu (buen estado, facilidades de pago)

"Estos son mis principios,
y si no le gustan, tengo otros"
(Groucho Marx)

Viene siendo un tiempo personal en que estoy vendiendo todos y cada uno de mis ideales. Vean de qué hablo:

Ejemplo 1:

*Facu, durante el último año: “Ni en pedo vuelvo a llamar a X. Está completamente loca. Es una histérica con la que no se puede disentir en nada. ¡Nunca más quiero saber de ella!”
*Facu, hace pocos días: “(ring, ring) Hola, ¿X? Quería saber cómo estabas… ¿no tenés ganas de que nos veamos?”

Ejemplo 2:

*Facu, durante toda su carrera de abogacía en la U.B.A.: “Yo nunca estudiaría en una universidad privada. En la U.B.A. la calidad del aprendizaje se debe a que los profesores no están obligados a aprobarte para que vos puedas seguir pagando la cuota. Si yo estudiara en una universidad privada y aprobara un examen, siempre me quedaría con la duda de si aprobé porque sabía o porque quieren que les siga pagando”.
*Facu, la semana pasada: “(ring, ring) –Universidad de Palermo, buenas tardes. –Sí, ¿qué tal? Estaba interesado inscribirme en el posgrado en derecho penal”.

Ejemplo 3:

*Facu, durante toda su adolescencia: “No entiendo qué es lo que le encuentran de divertido a ir a un boliche. Tenés que esperar como una hora para entrar, te empujan, te pisan, el volumen de la música no te deja escuchar lo que dice la persona que está al lado y tenés que andar sufriendo toda la noche la presencia de minas que nunca en la vida te van a dar bola”.
*Facu, ayer: “- Facu, ¿vamos a bailar a “El Bosque”? - ¡Buenísimo, vamos!”


Cambiar de opinión es una señal de que uno no está estancado en la misma clase de pensamiento y que estamos abiertos a admitir que no siempre tenemos razón.

Lo confieso: El parrafito de arriba es sólo una excusa para mitigar la sensación de culpa de traicionarse a sí mismo.

domingo, 6 de julio de 2008

No quiero ser un Superhéroe.

Soy de la generación que se crió, vivió y creyó en los superpoderes de: Auto Fantástico, Superman, La Mujer Maravilla, Batman, Meteoro (‘como lo adoraba…’), entre otros. Como era niña lo importante era creer en algo mágico para idolatrarlos, cuyo fin único era querer ser como ellos… ¿Quién no ha tenido el sueño de un día despertar y tener un superpoder, un don, una destreza…? Todos.
Hoy ya no. Fui percatando cada vez con más crudeza la desdichada vida de infortunios con las que hay que vivir si se es un “héroe”: historias teñidas de fracasos, dolor y sobretodo mucha soledad. Los superhéroes suelen denominarse como esos incomprendidos sociales, siempre al resguardo de ser descubiertos y que por ende tratan de ocultar su identidad casi constantemente; no pueden confiar en nadie, no se pueden comprometer, no pueden amar, no pueden soñar: sus sueños siempre estarán enlazados a los sueños de otros que no serán nunca propios sino ajenos, son prisioneros en sí de ese “don”.
Ejemplos sobran: Claire Bennet, la animadora de la serie dramática “Héroes”, quien sabe cuanto tendrá que escaparse para no ser encontrada por Sylar; Gatúbela, linda – histérica y desmerecida por un jefe autoritario quien la utiliza cotidianamente; El Hombre Araña: dramática historia la de Peter Parker, quien bajo el rostro de un mediocre periodista tendrá que posponer su proyecto de vida y el amor de Marie Jean en pos de salvar a New York de la delincuencia; nuestro adorado Murciélago: destinado a vivir en las tiemblas bajo una identidad oculta para resguardar a Ciudad Gótica de sus archienemigos; el tímido y torpe Clark Kent, quien en su ámbito laboral nadie jamás podría adjudicarles aptitudes ni habilidades de valentía y destreza a la hora de atacar al enemigo; los personajes de la serie Héroes quienes bajo la imponente premisa de ‘Salvar a la Humanidad’ comenzarán un camino de desventuras de las cuales no podrán deshacerse: Peter Petrelli (enfermero con habilidades múltiples –pudiendo a su vez absorber poderes ajenos- creció bajo sombra de su hermano mayor: Nathan), Hiro Nakamura (un oficinista japonés que puede romper la continuidad espacio-tiempo, y tele transportarse), Matt Parkman (ex-policía de Los Ángeles con la habilidad de escuchar los pensamientos de los demás, y a medida que se desarrolla la trama descubre que puede controlar los pensamientos ajenos); y la lista es interminable.

Una vida colmada de sacrificios es la opción irrefutable. ¿Cómo usar los superpoderes? Es la gran incógnita a resolver… Claro está que no siempre el camino más fácil es el que se encuentra exento de dolor; pero así y todo, nuestros “Archi Villanos” fueron súper héroes incomprendidos refugiados en el desden de la humanidad toda.
No por nada su amado tío expresó a Peter Parker minutos antes de morir: “…un gran poder implica una gran responsabilidad…” La entrega individual será la misión y la orden del día de “nuestros súper- archi- mega héroes”.
Prefiero ser normal.

domingo, 15 de junio de 2008

Moda Invernal Femenina

Yo puedo entender que la moda hace que muchas personas se vistan de modo parecido. Pero creo que las mujeres son más influenciables que los hombres a las indicaciones que el mercado hace sobre el vestuario que deben usar.

Se viene el invierno y las féminas comienzan a vestirse todas igualitas. A saber:

  • Campera con capucha de borde peludito. De cada 10 mujeres que llevan puesta una campera en la ciudad de Buenos Aires, 7 usan esos modelos. Parece que fuera obligatorio usarlas, como un uniforme escolar.
  • Jeans marca “Rapsodia”. ¿Qué extraño maleficio hace que los hombres no podamos mirarle tranquilos la cola a una dama sin que unas alitas horribles se interpongan en nuestra vista?
  • Botas largas. Y, por supuesto, el jean dentro de ellas.
  • Polainas. Son una suerte de medias horripilantes que se usan por fuera del pantalón, su combinación con las botas hace dar la idea de una pata de oso polar a la que sólo le faltan las pesuñas. Hay personas a las cuales las polainas les parecen lindas ¿Lindas?... ¡lindas mi polainas!

Este prototipo de vestimenta femenina invernal me recuerda lo mucho que me gustan las mujeres que no necesitan vestirse igual a la mayoría ¡Viva la individualidad!

martes, 6 de mayo de 2008

Mire atrás al bajar

1

Los idiomas suelen tener una serie de palabras llamadas deícticos. Son aquellas cuyos referentes y significados varían según las circunstancias en las que son pronunciadas. Son sobre todo adverbios de lugar y de tiempo y pronombres. Por ejemplo: acá, ahora, yo. Los términos delante y detrás, y sus variantes adelante y atrás, también son deícticos.

El que me interesa destacar ahora es el último de los mencionados, atrás, que significa “hacia la parte posterior”. Y me interesa destacarlo por una frase que me intriga desde hace dos décadas y media (desde que empecé a leer y a viajar en colectivo, digamos) y sobre la cual consulté en distintos momentos de mi vida y casi nunca nadie me respondió con certeza y convicción. La frase aparece en la puerta trasera de los colectivos y reza lo que el título de este post: Mire atrás al bajar.

2

Es decir: “Mire hacia la parte posterior al bajar”. Pero, ¿hacia la parte posterior de qué o de quién? La frase dispara otra pregunta: ¿cuándo es “al bajar”? ¿Durante todo el proceso de descenso? ¿En el momento preciso de despegarme del colectivo para poner pie en tierra firme? ¿Cuándo finalmente ya hube bajado? ¿En el momento inmediatamente anterior a la salida?

Son preguntas francamente intrigantes. Si uno va caminando por la calle y de pronto alguien le dice “mirá atrás”, uno lo que hace es darse vuelta. Entonces, ¿tengo que darme vuelta antes de bajar del colectivo y mirar a la persona que tengo detrás? ¿Es por si intenta robarme algo aprovechando de que lo descubriré recién cuando esté abajo y no podré reclamárselo? ¿O es que “al bajar” implica todo el proceso de descenso y tengo que salir del colectivo con el cuello rotado como una lechuza, o directamente caminando de espaldas? (Lo cual me dispara otro interrogante más: cuando uno camina de espaldas, ¿está mirando hacia atrás o hacia adelante?)

¿O es que “al bajar” implica el momento posterior (no es ilógico pensarlo, ya que los mensajes que nos piden que controlemos el vuelto “al recibirlo” quieren decir “en los instantes inmediatamente posteriores a recibirlo”), y uno debe descender del colectivo, poner los dos pies en tierra y, entonces sí, torcer el cuello y mirar atrás? Atrás de uno, por supuesto, donde está aún el colectivo. O donde estuvo hasta un segundo antes, si es que el colectivero arrancó raudamente. Salvo, desde luego, que uno cancheree bajando de costado, antes de que el colectivo haya frenado por completo, con lo cual mirar atrás implicará mirar la vereda por encima del hombro.

3

Todo esto por no hablar, por supuesto, de los numerosos riesgos que implica mirar atrás en el preciso momento de despegarse del colectivo para poner pie en tierra. Quien lo haya intentado sabrá que torcer el cuello en ese instante provoca una sensación de vértigo muy pronunciada, que puede venir acompañada de un mareo y, en el peor de los casos, de un tropezón que sea, también, caída. Otros riesgos que habrá corrido quien lo intentó son los de calcular mal el lugar de apoyo del pie (especialmente si el colectivero no es lo suficientemente atento o si uno debe bajar en zonas de veredas rotas o directamente ausentes) y meter el pie en un charco o en un pozo. Eso sí, quien haya atravesado tal experiencia se habrá sentido, por un segundo, Ronaldinho o Magic Jonson o alguno de esos jugadores que dan los pases mirando para otro lado y son tan pistolas. (Y todo esto por no entrar aun en más detalles, como cuál sería ese momento preciso en que uno se despega del colectivo para poner pie en tierra, distinguiendo entre los conservadores que no dejan de pisar el vehículo con un pie hasta que tienen el otro bien sostenido por el suelo y los arrojados que pegan un saltito, caen al vacío durante una fracción de segundo y luego retoman su bípeda andadura.)

En fin, que las palabras adelante y atrás son complejas. Con los libros suele pasar lo mismo. Imaginemos esta situación: uno está leyendo un libro que tiene en total 200 páginas y va por la página 100. Alguien se le acerca y le pregunta si va por un pasaje en particular, y el lector responde: “No, eso está más adelante”. ¿Qué quiso decir? Probablemente que aún no llegó a tal pasaje, es decir, que está en algún lugar entre las páginas 100 y 200. Sin embargo, al preguntársele por la parte de adelante de un libro, la respuesta se referirá a la tapa. Entonces, ¿cuál es la parte de delante de un libro? ¿Cuál es la parte de atrás?

4

Menciono, nobleza obliga, que hay quienes me dijeron que el mensaje Mire atrás al bajar se refiere al atrás del colectivo, y la idea sería que uno mire si por el hueco que queda entre el colectivo y la vereda no viene algún otro vehículo que pudiera embestirlo. La idea es absurda —como ustedes ya lo habrán razonado, queridos lectores— porque se supone que el colectivo siempre se estaciona bien pegado al cordón y que ningún vehículo, ni siquiera una bicicleta, sería tan imprudente de pasar por allí; pero sobre todo es absurda porque, de ser así, el mensaje no diría “mire atrás” sino “mire a la derecha al bajar”. Pero cumplo en mencionar esta remota posibilidad.

5

Si alguien tiene una respuesta mejor para darme, la espero con los brazos y el corazón abiertos de par en par.

sábado, 19 de abril de 2008

¡Salud! Para Quien Pueda

¿Quien no se ha quejado alguna vez del sistema de salud de nuestro país? Pues sí, todos.
Y no es que mis planteos levanten las banderas por la salud pública en Argentina, pero considero a su vez pertinente reconocer ciertos puntos.
Quienes tuvieron la oportunidad de ver la película “Sicko” del polémico cineasta Michael Moore podrán entender un poco a lo que refiero; y también podrán corroborar el lugar que ocupa la salud en el mundo “desarrollado” y anglosajón de los Estados Unidos de Norteamérica donde el sistema sanitario es básicamente privado, lo cual significa que el acceso a la salud es para unos pocos, solo para aquellos que puedan afiliarse a un “seguro social privado” (seguro social que según vastas experiencias no responde completamente las demandas de un paciente tipo).
Las obras sociales se configuran como mega empresas cuyos capitales se abultan significativamente, y simplemente porque la salud es concebida como un bien de mercado, algo que se puede comprar y sostener si la situación económica así lo acredita. Pero esto no es todo, quienes acceden a servicios sanitarios privados también manifiestan insatisfacciones acerca de cómo éste funciona y la limitada cobertura que posee (obviamente el factor discriminación condimenta el panorama).
No es que Argentina tenga que dar cátedra al respecto, pero más allá de todo, la salud pública sigue manteniéndose presente, y no precisamente porque los gobiernos de turno así lo requieran, sino porque infinidad de profesionales sostienen estos espacios en pos de la comunidad para quienes “trabajan”, digo trabajan entre comillas porque no son empleados que reciban una remuneración justa, un aporte jubilatorio u obra social sino porque en su mayoría son puestos transitorios solapados bajo el título de “becas profesionales” (capacitaciones de posgrado, pasantías, concurrencias, residencias, reemplazos de guardia, etc.), en fin: trabajo en negro sostenido por el mismo Estado que denuncia tales prácticas como ilegales.
Después de ver el film “Sicko” pude realmente valorar un poco más la oportunidad de poder asistir a un Hospital Público ante una emergencia médica, o ir al Centro de Salud a colocarse gratuitamente una vacuna. Esto, aunque no podamos creerlo, en EE. UU es imposible, no existe, no solo porque tienen el peor Sistema de APS (atención primaria para la salud) del Planeta, sino porque no figura en la agenda del gobierno.
Quienes luchan por la salud para todos, luchan porque tales espacios en nuestro país no desaparezcan; son precarios: cierto, pero existen y día a día luchan para seguir existiendo.
En un país que aspira a ideales netamente capitalistas, es compresible la anulación del acceso a la salud y la educación pública, procurando que sus pobladores se pasen toda la vida ahorrando: para atender una enfermedad inoportuna o para que sus hijos puedan ir a la universidad.
Sicko muestra tales atrocidades en un documental al estilo de Moore: polémico, sarcástico y provocador.

lunes, 14 de abril de 2008

Buena Suerte y Hasta Luego

Gran parte de los aspectos de la vida que consideramos más relevantes no dependen de nuestros méritos.

Ser lindo o no de acuerdo al estereotipo de la sociedad en la que se vive es una realidad meramente azarosa.

Quien nace en una familia económicamente acomodada, por ejemplo, tiene solucionados buena dosis de los problemas que aquejan a muchos. Irá a un buen colegio, tendrá recursos para hacer frente a las contingencias de su salud, trabajará en la empresa de su padre sin necesidad de tener que esforzarse para conseguir un empleo como tantos otros, viajará a su trabajo en su auto sin comprender por qué la gente se queja del transporte público y se casará con alguien que haya tenido una vida más o menos similar. En ese contexto, escuchará los lamentos de los que luchan todos los días para conseguir lo que él obtuvo regalado y dirá “No entiendo cómo dicen que la vida es difícil” o, peor aún, “A la suerte hay que ayudarla” (frase, esta última, que suelen decir solamente personas afortunadas).

No estoy diciendo que no hay nada que los menos afortunados podamos hacer. Es nuestro deber seguir remando contra el destino, aunque más no sea como forma de protestar contra una realidad que parece burlarse de nosotros.

Por eso, desde mi más hondo despecho digo: “Realidad, ¿por qué no te vas un poquito al fondo del baño al que María le sacó fotos un par de posts atrás?”.

¡Cuánta razón tiene Woody Allen en Match Point!:


jueves, 10 de abril de 2008

Vidrios espejados

En algunas estaciones de tren las ventanillas de la boletería están cubiertas por un enrejado metálico y un vidrio espejado; queda apenas el resquicio en la parte inferior a través del cual se cumple el cometido de intercambiar dinero por boletos.

Es difícil explicar la sensación de incertidumbre que genera, para quien va a sacar el pasaje, no ver hacia adentro. No por algún interés particular en verle la cara al empleado del ferrocarril, sino simplemente por la imposibilidad de ver si hay alguien. Se dice con frecuencia que peor que el odio es el olvido, o la indiferencia. Cuando uno se para frente al espejo y se dispone a decir el lugar de destino, ineludiblemente aparece el temor de no ser escuchado, de sentirse hablando solo, de que lo den a uno por loco o que uno mismo comience a desconfiar de su raciocinio. Sin embargo, el abnegado viajante pronuncia de todos modos las escuetas palabras, que en general se reducen al nombre de una estación (“La Plata”, “Constitución”, “Bernal”) y eventualmente a un parámetro de la previsibilidad del futuro (“ida” o “ida y vuelta”), no sin que una suerte de adrenalina le recorra el cuerpo.

Después llega el peor momento, esos infaustos instantes posteriores en que aguardamos la respuesta. Alguna respuesta. Si la llegada de ésta se demora un segundo más de lo habitual, aparece la angustia, un sentimiento de soledad metafísica sólo capaz de remediarse con la contestación a nuestra solicitud. Dicha respuesta consiste las más de las veces en la aparición del boleto, reluciente la tinta sobre el papelito miserable, a través del hangar invertido en la parte inferior de la ventanilla; o, en algunas ocasiones, una voz impersonal que pregunta: “¿Sí?”, es decir que no nos escuchó, es decir que se había alejado como quien se aleja de la parada cuando el colectivo no viene y luego vuelve corriendo presuroso por el miedo a perderlo, es decir que contribuyó para que nos sintamos un poco más solos o más desquiciados.

Pero no es ese procedimiento (después de todo, normal) lo más inquietante. Algunos vecinos de las estaciones me contaron sus sospechas, que promovieron estas líneas.

¿Son personas, seres humanos de carne y hueso, los que están detrás del espejo?

Descartes nos diría que sí, pues así como la razón le permitía inferir que debajo de los paraguas y los pilotos que él veía por la ventana en las calles de París había personas, también nos permite a nosotros saber que detrás de los boletos, de algún dedo que asoma de vez en cuando o de la voz, esa impersonal voz que a veces se escucha, hay personas. Pero se cuenta en los parajes lindantes a esas estaciones que hay quien ha aportado pruebas de que nadie vio nunca entrar y salir a persona alguna de las casillas de las boleterías.

Las otras posibilidades son:

1) Que se trate de un dispositivo mecánico provisto de un micrófono que capte la voz del viajante, un cerebro electrónico que decodifique los datos y ordene imprimir el ticket correspondiente, y un sistema robótico que articule el par de manos que se encarga del expendio del boleto, de tomar el dinero en concepto del pago y de la entrega del vuelto (previo cálculo de la diferencia, que el mentado cerebro ejecuta con los datos aportados por un lector óptico o escáner).

2) Que haya simplemente un par de manos, solamente un par de manos, con la capacidad suficiente para realizar las tareas correspondientes, las cuales no son, por cierto, un alarde de dificultad. Para sostener esta hipótesis, nadie ha proporcionado una solución ante el surgimiento de voces.

3) Que quien se encarga de los mencionados oficios sea, sin más vueltas, un fantasma. O varios. Conocida es la habilidad de los espectros para engañar a los sentidos humanos con el método de manifestarse en pequeñas dosis. Incluso hay quienes creyeron identificar en la estación Zeballos al alma de don Rogelio, viejo vecino de la zona que ejerció la función de la boletería hasta el día que se murió, poco tiempo antes de la privatización y de que la ventanilla fuera abominablemente sepultada.

No hay, por el momento, mayores pistas para determinar el grado de probabilidad de cada una. Admito no haberme atrevido nunca a permanecer en la estación hasta que las ventanillas se cerraran, tapiadas por persianas metálicas.

Pero hay una posibilidad aun más atroz.

Quizás sea el futuro de todas las ventanillas de boleterías verse cubiertas de vidrios espejados, tal vez éstos alcancen luego todas las ventanillas de oficinas públicas y de bancos y de correos y más tarde la atención al público toda. Quizás el mundo se transforme en una gigantesca cámara Gessell, un pascaliano y perfecto panóptico cuyo centro esté en todas partes y cuya circunferencia en ninguna, un auténtico Gran Hermano con miles de seres subordinados que nos observarán desde detrás de los espejos. Quizás en el futuro las paredes, literalmente, oigan, y las cámaras ocultas no dejen rincón sin invadir, y no podamos vivir ninguna situación por fuera de lo normal sin pensar que estamos siendo víctimas de un sketch planificado por otros.

Pero aun si supiésemos que es ése nuestro destino ineluctable, no debiéramos desanimarnos. Porque -como me mostró hace tiempo un ilusionista amigo- inclusive en el caso más extremo, en el que un individuo es engañado por todos los demás, como en la película The Truman Show, es ese individuo el que vive su vida libremente y todos los demás los que subordinan su existencia a ese sujeto. ¿Alguien querrá discutir el adverbio “libremente” que utilicé en la oración anterior? Que arroje la primera piedra.

Mientras tanto, continuaremos sintiendo incertidumbre y angustia, adrenalina y soledad cada vez que pidamos el boleto en algunas estaciones.

Dios nos libre de estar nunca detrás de un vidrio espejado.

jueves, 27 de marzo de 2008

Al Baño María

Esta historia se remonta al año 1986.
Estaba yo en casa de una tía materna y por razones que no recuerdo exactamente, ella se fastidia conmigo y como método de penitencia decide encerrarme en su baño.
Fue horrible. Estuve allí llorando largo rato pidiendo por mi mamá (quien trabajaba durante todo el día, y casi no podía compartir su tiempo conmigo) hasta que fui “liberada”.
Hoy los recuerdos son difusos: un inmenso inodoro blanco y amenazante (al menos desde mi apreciación), lavatorio y azulejos celestes, componían el contexto. No sé como ni cuando caí a colación que no podía entrar a un baño y cerrar la puerta, ni siquiera al mío. Tuve 12 años y cuando viajaba a Santiago del Estero (con 16 horas de viaje sentada en un micro) tenía que aguantarme las ganas de orinar y defecar; y si era inminente la situación tenía que solicitar la compañía de alguien dentro del baño, incluso la de mi padre. Con el pasar del tiempo mis temores fueron desapareciendo, y todo aquello es solo un recuerdo.
Algo significativo es que por un motivo u otro las personas (sobretodo las mujeres) transitan por diversos sanitarios a lo largo del día. Tales sanitarios no tan “sanos” que digamos pero bien dice la frase: “…la necesidad tiene cara de hereje…” y uno se aventura: “…hace de tripa corazón…” para utilizar las instalaciones. Nunca debemos olvidar la moneda, por que sino corremos el riesgo de quedarnos sin papel higiénico o sin poder echar (aunque sea) un balde de agua luego de hacer clase 2; estas son solo algunas de las consideraciones a las que uno se debe abstener al momento de “ir al baño”.
Particularmente, suelo ser una persona que diariamente va innumerables veces al baño, miles que hasta perdí la cuenta; tanto que de vacaciones quienes comparten conmigo esos momentos me preguntan acerca del tema y hasta indagan sobre las características del baño que he utilizado casualmente. Me fue propuesto fotografiar tales espacios, ya que son de una diversidad incalculable; no pudiéndose reducir a espacios secundarios en la vida, dicen por ahí que tanto las mejores como las peores historias suceden en los baños, allí: se lee, se sueña, se escucha música, hay quienes toman mate (y no es chiste), quienes dibujan, quienes sufren y quienes se esfuerzan. También encontramos cosas extrañas: escrituras absurdas, escrituras poéticas y literarias, novedades, expresiones graficas de todo tipo.

Aquí particularidades registradas en mis experiencias:
Escrituras...
Cestos de basura...

La colaboración...

Las instalaciones...

jueves, 20 de marzo de 2008

… y también están la mentira y "la mentira"

1

¿Pagarías por acostarte conmigo?, le pregunto y ella suelta una carcajada descalificadora. ¿Sí o no?, insisto y ella se incorpora y me abraza para decir claro, pagaría lo que fuera necesario. Su mentira me devuelve la confianza.

Esas líneas son parte del cuento “Un lugar más alejado”, de Alejandro Parisi, que forma parte del libro La joven guardia, una antología de jóvenes escritores argentinos. Las leí hace poco y, al hacerlo, me “llegaron” de un modo especial. ¿Por qué? Porque me llevo a pensar en cuántas veces necesitamos de las mentiras para recuperar la confianza. Cuántas veces nos aprovechamos de y nos aferramos a las mentiras. Más aún: cuántas veces forzamos a los demás a que nos mientan, aunque sepamos que nos mienten, para ganar o recuperar la confianza.

2

Ernesto Guevara y Alberto Granado están por subir al barco, interpretados por Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna, en Diarios de motocicleta. Entonces se les arrima un hombre, un médico que los ayudó mucho, y les hace una última pregunta: qué les pareció su libro. Granado le dice lo que el médico quiere escuchar: que les gustó mucho, que es muy bueno, etc., etc. El aspirante a escritor quiere escuchar a Guevara, y palabras más o menos este es el diálogo:

—El libro está lleno de lugares comunes.
—Ah, pero… eso no es tan malo… ¿no?
—Es que además está mal escrito. Tiene que dedicarse a otra cosa, que le sale mejor.
—Gracias. Nadie hasta ahora me había sido tan sincero.

En ese momento creo que todos, como espectadores de la película, nos sentimos raros. Porque claro, casi todos casi siempre nos llenamos la boca hablando de la verdad, pero ¿cuántos de nosotros decimos la verdad en un caso así? Y sobre todo, ¿cuántos la decimos de esa forma?

3

En Mentiroso, mentiroso, el hijo de un abogado pide un deseo: que su padre no puede mentir durante 24 horas. Como es una película, el deseo se cumple, y el abogado —interpretado, lo recordarán, por Jim Carrey— se enfrenta a muchísimos problemas, dado que su vida está sostenida en mentiras.

Todo muy divertido, pero ¿qué pasaría si a cada uno de nosotros nos condenaran a no poder mentir durante 24 horas? Peor todavía: ¿qué pasaría si nos condenaran a decir en voz alta lo que en realidad pensamos?

4

Me animo a formular una posible respuesta a la última pregunta: ofenderíamos y/o haríamos sentir mal a y/o nos pelearíamos con mucha gente. Muchísima gente. Yo, si me preguntan, no tengo ganas de ofender ni hacer sentir mal ni pelearme con casi nadie. Y ahora estoy diciendo la verdad.

Hay ciertas situaciones —creo, y probablemente al afirmar esto me gano la incredulidad eterna de mis lectores— en las que una mentira bien aplicada es mejor que la verdad. Si a una persona mayor con problemas cardíacos se le puede ahorrar un susto modificándole un poco la información que le damos, ¿no hay que hacerlo? Si a un niño se le pueden regalar años de ilusiones diciéndole que existe un gordo bueno y tres tipos en camello que le traen regalos a fin de año, ¿no corresponde porque esos seres son de mentira? Si quiero conseguir un trabajo que necesito y para el que sé que estoy capacitado, ¿no puedo agrandar un poco mis antecedentes?

Quizá se puede hacer una distinción entre las mentiras hechas para el bien y las mentiras hechas para el mal. Los fundamentalistas de la verdad dirán que ninguna mentira puede ser hecha para el bien, y tendrán respuestas claras para todas las preguntas hechas más arriba. Por mi parte, yo sé que no me gustan, que no quiero, que me gustaría abolir, las mentiras hechas para el mal. Y también sé que prefiero decirles a los chicos que Papá Noel y los Reyes existen, y que prefiero no correr el riesgo de que el viejito se me muera de un infarto, y que prefiero conseguir ese trabajo, y que prefiero tratar de tener eso que se llama tacto para decirle a un escritor que su libro no mucho no me gustó (aunque me haya parecido pésimo), y prefiero, sí, una y mil veces, las promesas de amor y que me digan que me van a amar toda la vida, aunque sepa qué poco rato dura el amor eterno…

Ya sé, ya sé, alguien dirá que cómo se puede distinguir entre las mentiras hechas para el bien y las hechas para el mal, que eso puede ser muy relativo. Mi respuesta es: sí, es relativo, pero en general, en lo más hondo de cada uno, en eso que se llama “el fondo del corazón”, solemos tenerlo clarísimo.

En todo caso, me gusta la frase que Manuel Mandeb le dirige a la Muerte hacia el final de Lo que me costó el amor de Laura, de Alejandro Dolina:
Mi mentira de amor vale más
que ese horror que usted llama verdad

PD: Nunca olviden que la mentira tiene patas cortas. Cortas como patada de chancho.

PD 2: Ojo con creer del todo cualquiera de las cosas que escribí en este post...

lunes, 17 de marzo de 2008

Está: La Verdad y “La Verdad”.

Debatiendo infinidad de veces con amigos, conocidos, familiares, alumnos, e incluso conmigo misma he llegado a la natural conclusión de que no existe una respuesta que logre definir aquello que denominamos: Verdad. Desde tiempos inmemorables se habla de verdades a seguir y verdades a cumplir, verdades absolutas, verdad como antónimo de mentira.
Filósofos, teólogos y lógicos han considerado esta pregunta como objeto de debate. Desde ya, no pretendo yo definirla de modo acabado y certero sino que más bien (y a modo de práctica del pensamiento) intento seguir dejando el debate abierto a tal planteo existencial. Siguiendo las tramas de una película que me ha impactado: “The Truman Show” (con Jim Carrey - 1998) me he interrogado una y mil acerca de la felicidad relacionada con la verdad; relación que aprendemos desde que nacemos e intentamos llevar a la práctica día a día; lo cierto es que esta puesta en práctica resulta muy complicada y por ende nos enfrentamos a situaciones donde cuestionamos tales preceptos. ¿Es la verdad siempre la mejor opción? ¿La verdad conduce a la felicidad? Entonces ¿por qué instinto humano siempre la opción más rápida y eficaz parece ser la mentira y el engaño? ...y podría seguir planteando interrogantes…

Truman Burbank comienza su vida siendo uno de los cinco embarazos no deseados elegidos para ser la estrella del reality show televisivo llamado “El Show de Truman”. Llevado a cabo dentro de una ciudad completamente artificial llamada Seaheaven (Paraíso del Mar, literalmente), que a su vez está dentro de un enorme domo, Truman crece como la única persona del pueblo que no sabe que vive dentro de una realidad construida para el entretenimiento de aquellos que están en el exterior.
La historia de este sujeto transcurre: crece, estudia, trabaja, sueña, se enamora, y también comienza a cuestionar eso que llamamos identidad. Claramente, Truman no era concebido como sujeto sino como objeto, pero no quedaba ajeno de vivenciar cuestionamientos naturales de los seres humanos como: quiénes somos, qué deseamos, hacia dónde vamos, para qué estamos, por qué somos lo que somos, etc.
Alguna vez escuché a críticos que promovían que Truman era muy feliz con su realidad construida ya que tenía todo aquello que una persona podía anhelar: una familia, un trabajo, una casa, un auto, una linda chica a la cual conquistar, un lindo vecindario que lo acogía, etc. Ciertamente él poseía todo esto pero no se sentía pleno, algo faltaba, algo no funcionaba bien; obviamente Truman no sabía qué era. Afortunadamente “las cosquillas” que la identidad provoca cuando quiere darse a conocer fueron más fuertes y perseverantes. Los críticos seguían fundamentando que Truman era realmente libre ya que el resto del elenco actuaba su papel preso de un guión televisivo, y él no, sólo era. Digo yo, ¿era? ¿Vivía su vida o la vida que ellos querían que viviera? Claro, pero Truman era el único que no sabía la verdad que involucraba el engaño del que era parte, su realidad era una “verdad” cruel que lo limitaba influenciado por miedos y temores creados (e infundados) para que él no pudiera descubrir quién era.

Truman tiene que tomar una decisión. El sujeto debe enfrentarse a una gran responsabilidad, “responsabilidad subjetiva” para aventurarse, perder lo que se tiene, arriesgarse a lo desconocido: la nada, lo ajeno; también puede quedarse conforme con una historia superflua y siniestra, pero segura y conocida.
Es este el momento: único, singular, nodal donde ocurre: la libertad.
Truman se enfrenta a la verdad, pateado el tablero, y abre la puerta (oscura por cierto) y lo “descubre” todo. Nace así: su verdadera identidad.

Truman (un momento antes de salir del set, al final de la película):
"Por si no nos vemos luego: Buenos días, buenas tardes y buenas noches."

domingo, 16 de marzo de 2008

Limbo Temporal

Argentina es un país especial. Y más especial se volvió a partir del momento en que la ley 26.350 nos obligó a retrasar una hora el reloj a las 0 horas del 16 de marzo de 2008. ¿Qué es lo que hace diferente a nuestro país?. Los argentinos estamos condenados a vivir en un perpetuo 15 de marzo de 2008 a la noche. No se dejen engañar por el sol que puede estar brillando en el cielo mientras leen este post. Tampoco crean a sus engañosos almanaques que intentan hacerles creer que hoy no es 15 de marzo de 2008.
Usemos un poco la lógica. Si a las 0 horas de la medianoche cumplimos con retrasar el reloj una hora, el resultado fue que se hicieron las 23 horas. Pero una hora después volvieron a ser las 0 horas. Lo cual implica que la ley debió ser cumplida nuevamente y se debió retrasar otra vez el reloj una hora… y así hasta el infinito.
Sepámoslo. Los argentinos vivimos continuamente en la noche del 15 de marzo desde las 23 hasta las 0 horas, ya que una vez que se llega a este último horario la ley nos obliga a volver una hora hacia atrás. Vivimos en un limbo temporal.
Esta circunstancia tiene algunas ventajas:
* Nuestros jefes no pueden echarnos del trabajo por no haber concurrido, ya que los sábados a la noche la mayoría de la gente no trabaja.
* Podemos ser un país que vive en una fiesta constante, ya que técnicamente estamos en un permanente sábado por la noche.
* Los argentinos jamás envejeceremos. Mientras el tiempo transcurre en el resto del mundo, nosotros permaneceremos en la misma fecha, por lo menos hasta que una ley nueva diga lo contrario.
* Sería una excelente campaña para promover el turismo en el país publicitarnos como “El lugar donde siempre es sábado por la noche”.
Pero, claro, hay cosas que no son del todo buenas cuando uno vive detenido en el tiempo:
* Las fechas que uno esperaba con ansias, como los cumpleaños, recitales y otros motivos de alegría jamás llegarán.
* Nuestros diputados y senadores serán siempre los mismos (bueno, ahora que lo pienso, eso ya sucedía cuando el tiempo transcurría con normalidad).
* Los serenos, mozos de bares nocturnos, médicos de guardia y cualquier trabajador que haya estado desempeñando sus funciones durante la noche del 15 de marzo están condenados a seguir trabajando para siempre.
* Ningún argentino duerme más de una hora, ya que en ese plazo debe volver a atrasar su reloj para no estar fuera de la ley.

¡Viva Argentina!. El país que ha vencido al paso del tiempo.

Oink