jueves, 10 de abril de 2008

Vidrios espejados

En algunas estaciones de tren las ventanillas de la boletería están cubiertas por un enrejado metálico y un vidrio espejado; queda apenas el resquicio en la parte inferior a través del cual se cumple el cometido de intercambiar dinero por boletos.

Es difícil explicar la sensación de incertidumbre que genera, para quien va a sacar el pasaje, no ver hacia adentro. No por algún interés particular en verle la cara al empleado del ferrocarril, sino simplemente por la imposibilidad de ver si hay alguien. Se dice con frecuencia que peor que el odio es el olvido, o la indiferencia. Cuando uno se para frente al espejo y se dispone a decir el lugar de destino, ineludiblemente aparece el temor de no ser escuchado, de sentirse hablando solo, de que lo den a uno por loco o que uno mismo comience a desconfiar de su raciocinio. Sin embargo, el abnegado viajante pronuncia de todos modos las escuetas palabras, que en general se reducen al nombre de una estación (“La Plata”, “Constitución”, “Bernal”) y eventualmente a un parámetro de la previsibilidad del futuro (“ida” o “ida y vuelta”), no sin que una suerte de adrenalina le recorra el cuerpo.

Después llega el peor momento, esos infaustos instantes posteriores en que aguardamos la respuesta. Alguna respuesta. Si la llegada de ésta se demora un segundo más de lo habitual, aparece la angustia, un sentimiento de soledad metafísica sólo capaz de remediarse con la contestación a nuestra solicitud. Dicha respuesta consiste las más de las veces en la aparición del boleto, reluciente la tinta sobre el papelito miserable, a través del hangar invertido en la parte inferior de la ventanilla; o, en algunas ocasiones, una voz impersonal que pregunta: “¿Sí?”, es decir que no nos escuchó, es decir que se había alejado como quien se aleja de la parada cuando el colectivo no viene y luego vuelve corriendo presuroso por el miedo a perderlo, es decir que contribuyó para que nos sintamos un poco más solos o más desquiciados.

Pero no es ese procedimiento (después de todo, normal) lo más inquietante. Algunos vecinos de las estaciones me contaron sus sospechas, que promovieron estas líneas.

¿Son personas, seres humanos de carne y hueso, los que están detrás del espejo?

Descartes nos diría que sí, pues así como la razón le permitía inferir que debajo de los paraguas y los pilotos que él veía por la ventana en las calles de París había personas, también nos permite a nosotros saber que detrás de los boletos, de algún dedo que asoma de vez en cuando o de la voz, esa impersonal voz que a veces se escucha, hay personas. Pero se cuenta en los parajes lindantes a esas estaciones que hay quien ha aportado pruebas de que nadie vio nunca entrar y salir a persona alguna de las casillas de las boleterías.

Las otras posibilidades son:

1) Que se trate de un dispositivo mecánico provisto de un micrófono que capte la voz del viajante, un cerebro electrónico que decodifique los datos y ordene imprimir el ticket correspondiente, y un sistema robótico que articule el par de manos que se encarga del expendio del boleto, de tomar el dinero en concepto del pago y de la entrega del vuelto (previo cálculo de la diferencia, que el mentado cerebro ejecuta con los datos aportados por un lector óptico o escáner).

2) Que haya simplemente un par de manos, solamente un par de manos, con la capacidad suficiente para realizar las tareas correspondientes, las cuales no son, por cierto, un alarde de dificultad. Para sostener esta hipótesis, nadie ha proporcionado una solución ante el surgimiento de voces.

3) Que quien se encarga de los mencionados oficios sea, sin más vueltas, un fantasma. O varios. Conocida es la habilidad de los espectros para engañar a los sentidos humanos con el método de manifestarse en pequeñas dosis. Incluso hay quienes creyeron identificar en la estación Zeballos al alma de don Rogelio, viejo vecino de la zona que ejerció la función de la boletería hasta el día que se murió, poco tiempo antes de la privatización y de que la ventanilla fuera abominablemente sepultada.

No hay, por el momento, mayores pistas para determinar el grado de probabilidad de cada una. Admito no haberme atrevido nunca a permanecer en la estación hasta que las ventanillas se cerraran, tapiadas por persianas metálicas.

Pero hay una posibilidad aun más atroz.

Quizás sea el futuro de todas las ventanillas de boleterías verse cubiertas de vidrios espejados, tal vez éstos alcancen luego todas las ventanillas de oficinas públicas y de bancos y de correos y más tarde la atención al público toda. Quizás el mundo se transforme en una gigantesca cámara Gessell, un pascaliano y perfecto panóptico cuyo centro esté en todas partes y cuya circunferencia en ninguna, un auténtico Gran Hermano con miles de seres subordinados que nos observarán desde detrás de los espejos. Quizás en el futuro las paredes, literalmente, oigan, y las cámaras ocultas no dejen rincón sin invadir, y no podamos vivir ninguna situación por fuera de lo normal sin pensar que estamos siendo víctimas de un sketch planificado por otros.

Pero aun si supiésemos que es ése nuestro destino ineluctable, no debiéramos desanimarnos. Porque -como me mostró hace tiempo un ilusionista amigo- inclusive en el caso más extremo, en el que un individuo es engañado por todos los demás, como en la película The Truman Show, es ese individuo el que vive su vida libremente y todos los demás los que subordinan su existencia a ese sujeto. ¿Alguien querrá discutir el adverbio “libremente” que utilicé en la oración anterior? Que arroje la primera piedra.

Mientras tanto, continuaremos sintiendo incertidumbre y angustia, adrenalina y soledad cada vez que pidamos el boleto en algunas estaciones.

Dios nos libre de estar nunca detrás de un vidrio espejado.

8 comentarios:

María dijo...

CRISTIAN:
En primera instancia: compruebo que sos una de las pocas personas (al menos en este pais, al menos en esta pcia) que saca su boleto para viajar en tren; ya todo un desaf�a ...un logro.
Segundo: no s� quien est� detr�s del espejo, mil teor�as me confunden... y lo m�s llamativo es que uno mismo es quien aparece en la imagen...
Tercero: me sorprende tambi�n (y desde mi experiencia lo expreso)cuanta gente vive o visita "Remedios de Escala", no oigo otro destino en boleter�as de constituci�n cuando la gente saca su pasaje!
Cuarto: �Qui�n es m�s libre el observador o el observado?
...y podr�a seguir...
Resumo: muy buen post. Sobretodo las conjeturas acerca de lo que hay detr�s del espejo; quiz�s no se dejan ver para que los usuarios no detecten claramente lo que roban con el servicio que dan!
Saludos, MAR�A.

Cristian Vázquez dijo...

Gracias, María. Aclaro que este texto tiene sus años, lo escribí a mediados de 2002. Pido disculpas por los barroquismos inútiles.

barbaracho dijo...

Creo que lo que subyace es el (¿temor?)sentimiento de ser observado sin posibilidad defensiva alguna. El "sindrome Truman", más que libertad, verdad o mentiras; esconde nuestra imposibilidad de protegernos de las miradas -indiscretas, malintencionadas, suspicases, moféticas (neologismo inventado por mi para expresar una mirada de soslayo, ceja levantada y sonrisa burlona)- con la ventaja que implica estar del otro lado del espejo. La posibilidad de que sean, como inferiria Descartes, personas tal cual nosotros lo somos, nos aterra presisamente por el "tal cual nosotros lo somos". Sin embargo están quienes prefieren ser observados sin miedo al ridículo...

Conclusiones:

No es lo mismo sacar boleto a que te metan un boleto...

¿ Y si el boletero nos boletea ?

Esperemos que esta moda Gessell no se extienda a los baños (por los miedos de María,digo)

Temo que a 6 años aun sigue la incógnita sin resolver: ¿Será Rogelio el de Zeballos?

barbaracho dijo...

Me olvidaba

¿ No habrá forma de que Sabina no empiece a cantar cada vez que se abre el blog?

Cristian Vázquez dijo...

Unos tienen miedo de ser observados por otras personas detrás de los espejos. Pero ojo que los que les tememos a los fantasmas no somos pocos, eh.

Quité la canción que, no sé por qué error, empezaba cada vez que alguien entraba al blog. Su cometido ya estaba cumplido.

FACUNDO, el que no se hequiboca. dijo...

En mi caso particular, verme reflejado me hace pensar en la cara de estúpido que pongo cuando saco un boleto y la imposibilidad de conformarme pensando que el boletero tampoco tiene cara de inteligente, ya que no puedo verlo... y eso me hace poner aún más cara de tarado.

Paulafat dijo...

Este post me recordó varias cosas a medida que lo iba leyendo: Me recordó a unas imágenes de una campaña de publicidad que no sé o no puedo poner aquí, en los que mostraban gente trabajando encerrada en los cajeros o en los dispensadores de café y gaseosa. El slogan era como "te mereces un trabajo mejor" o algo así, no recuerdo.

También pensé que tal vez sea un mundo como el de Charlie y la Fábrica de chocolates, en el que los Umpa Lumpas no sólo trabajaban sino que vivían, y por eso nadie veía a los empleados entrar ni salir.

En fin, sí produce cierta paranoia, por parte de los que están a lado y lado del vidrio... a mi me pasa el mismo fenómeno con los vidrios negros de las porterías de las empresas, ya que no sé para donde mirar cuando llego a peresentarme... o como cuando hablo con alguien que lleva gafas oscuras, ¡¿Dónde están los ojos?!

Un saludo!

Paulafat dijo...
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