viernes, 23 de enero de 2009

El mago sin magia


¡Abracadabra!
De pequeña he disfrutado de espectáculos infantiles de magia, visitas al Circo y paseos tradicionales que comprenderán los de mi generación. Con el correr de los tiempos y la “modernización” se han propuesto shows como el ilusionismo de David Copperfield, y sus derivados.
Cuando uno es niño cree que la magia existe, es decir, que aquel acto o habilidad en poder transformar una calabaza en carroza es real, que la capacidad para desaparecer a una persona y/u objeto es tal, y que las “varitas” poseen dones especiales: “mágicos”.

Ésta como tantas otras ficciones infantiles cae. Ya de adultos somos concientes que los shows de magia no son más que un conjunto “trucos”, actos con detalles secretos y solapados para crear y hacer creer una determinada ficción. Claro está que según la calidad del espectáculo uno podrá considerar tal hecho como verosímil o no, pero de antemano afrontamos el show como un show.

Entre amigos suelo discutir acerca de lo que cada uno aprecia en un espectáculo de éste tipo. Hay quienes prefieren tratar de descubrir cual es el secreto, el truco o una eventual “falla” en el acto; y otros que solo se disponen a apreciar el show sin fisuras y hasta con la leve ilusión de que la “magia” se ha colado por unos instantes.

Particularmente, y a sabiendas de la realidad, me inclino por la opción de no buscar o intentar descubrir el truco ¿Para qué? ¿Qué lograría?
Prefiero dejarme llevar, creer aunque sea por un ratito (como cuando era niña) que por arte de magia el sapo se convierte en príncipe.
Total ya sabemos todos que esto jamás podría existir... ¿o no?